Lo prometido es deudo
Bueno, sí hoy estoy así. Me atacó por sorpresa la ansiedad más nefasta desde que comenzó el año, como esas motos que van a mil. Parece que cuando pasa esto, siempre recurro al mismo método curativo, envenerame. Enciendo una vela mental al santo del abandono e imploro por todos los evangelios apócrifos encontrarme con D. Esto, si ocurre, me indigna profundamente, entonces me olvido de la ansiedad para tener una cierta nostalgia, pero quedo en paz (descanse).
A tales fines, es probable y muy posible, que asista en compañía de mi coequiper PP al templo irlandés (no crean que hable de The Temple Bar, hablo del Kilkenny) donde aparentemente D. murió, cometió algún crimen o algo así, porque su ánima sigue polulando vaso en mano y mi cuerpo sigue transitando vano en masa.
La cuestión es que hace algún tiempo, recibí el siguiente mensaje: Escribís genial, pero alguna vez podrías decir algo bueno de mí no? Como no creo en las brujas pero que las hay, las hay, y por las dudas este turro me devuelva una maldición que alguna vez le eché si no escribiera ALGO BUENO, aquí voy!
D. tiene muchas cosas buenas, sobre todo si sos sólo su amigo (si sos sólo su amiga, su esposa muere de odio y terminas siendo sólo su nada), sólo su hermano, sólo su esposa (esto lo pongo en tela de juicio y creo que habrá más fiscales que defensores), o si sólo lo dejas ser... Pero decía...
Cuando conocí a D. nada podía haber estado mejor. Era muy ocurrente, entendía casi todas mis inchoerencias (aunque jamás nos entendimos si quieríamos hablar en serio) y las respondía del mismo modo.
Estaba más bueno que dormir la siestas cuando llueve (ad criterium signatum). Olía rico, muy rico... besaba bien, muy bien y abrazaba casi mejor.
Tenía los vicios necesarios para que el compartirlos fuera un placer además de una mera intoxicación.
Se me acercaba, acorralando todos mis sentidos, sin premeditación pero con alevosía. Sin invadir, pero sin recular.
Me decía cosas lindas por que sí y cosas feas cuando era necesario.
Mentía sólo lo que él también quería creerse y decía verdades que me dejaban girando sobre mi eje, sobre todo porque nunca las decía en tiempo y mucho menos en forma.
Tenía la constelación de lunares más inspiradora de la galaxia sobre la espalda. Y la espalda más cautivante de la Tierra, bajo una nuca que operaba de bull eye para mis dedos.
Sonaba su voz a torrente fuerte pero lento, hablaba rápido pero grave, o despacio y casi impercetible, como hechizo susurrado o como profecía cumplida.
Caminaba despacio y nervioso rumbo a los hoteles de paso, y su torpeza habitual se incrementaba al intentar achicar la apertura de sus pasos, que duplicaba la de los míos.
Regalaba golosinas a manos llenas y para después reclamar besos por cada una de las entregadas (cómo si hiciera falta el reclamo).
Miraba entre las hebras negras que caían sobre su entre cejo con la picardía de mi pobre angelito, o sobre el hombro con el desdén de JR con la misma naturalidad con la que yo tomo Coca.
A veces me acuerdo de su boca. A veces me acuerdo de:"Linda!" Qué D? "Nada, te quería decir linda!". A veces me acuerdo de sus manos grandes y frías en mi cintura. A veces me acuerdo de un suspiro que me quedó como único souvenir en esta crónica de una muerte anunciada.
Nunca conseguí hacerlo enojar y estar ahí para presenciarlo, pero imaginar ese espectáculo está entre mis mejores fantasías con D.
Nunca conseguí cautivarlo y estar ahí, simplemente ahí...
En realidad, nunca conseguí nada más que lo necesitaba cuando conocí a D.:
Una balsita serena que me salvó del naufragio en el que estaba, para depositarme en las orillas tranquilas de su propio ser, en el que de todos modos, e irremediablemente, me ahogué.